Thursday, February 27, 2025

Reflexión a 15 años del Terremoto

Viví el Terremoto del 27/F en un edificio de Lan B de la comuna de Hualpén, Región del Biobío. Mientras la tierra se sacudía, sólo atiné a ubicarme a la pared pensando que así sería más fácil rescatarme o encontrarme cuando todo haya quedado en el suelo. Sentí terror. Luego, una vez que pude salir, corrí lo más rápido que pude. Me vi y nos vimos sin luz y sin agua, sin comunicaciones. Sólo atentos a lo que la Radio Biobío informaba. Se hablaba de un Tsunami, de edificios colapsado. Sentí que mi miedo ya no sólo era mío, sino que era de cientos o miles. Familias completas confluyeron en el mismo lugar conocido como las 4 canchas mientras las réplicas campeaban. Y así llegó, luego de una larguísima noche, el día. 

La mayoría volvió desde donde salió, pero con el pasar de las horas, sin servicios básicos, sin comercio y a fin de mes, con las billeteras planchadas por la fecha, muchos nos dimos cuenta, que nosotros, solos, poco y nada hacíamos. Nos vimos en necesidad de golpear la puerta del vecino que durante las mañanas bramaba con su horrible voz un tango, para que nos prestara su vieja y negruzca tetera de la cual nos reíamos antes; la vecina que, día a día, pasaba frente a todos sin saludarnos, recurrió a nosotros con una enorme sonrisa pidiendo un poco de azúcar y café. Supimos el nombre y algo de la vida del señor que durante años, nos saludaba al ir y venir, hacia y desde nuestros trabajos. 

Así, de estar solos y con miedo, pasamos a estar acompañados y en paz. Atentos y preocupados por el otro. Al punto de montar guardia en las calles, velando incluso por el sueño de desconocidos, ante la psicosis colectiva de esos días. Más de alguno escuchó “Vecino, vaya a dormir. Yo me quedo ahora con los demás”. Hicimos vida vecinal y confirmé en esta experiencia fuerte que en compañía de otros la vida se hace más fácil o menos difícil. 

Nadie me quita la convicción de que, a 15 años del Terremoto, la vida comunitaria es de la esencia de la humanidad. Estando solos no salvamos a nadie, y una mirada individualista de las cosas, sólo nos lleva a encapsularnos, a aislarnos y eso llegado el momento, como llegó acá en la zona, provocó mucho miedo. Y ese miedo se siente hoy, lo sentimos hoy, cuando en una sociedad y un sistema que empuja con fuerza por el individualismo, se nos cruza un problema o situación que vemos que no podremos enfrentar solos. Una enfermedad catastrófica, la pérdida del trabajo, un accidente grave. ¿Qué hago? Pero como somos seres comunitarios, lo invisible se hace visible. Aparecen los amigos, los colegas, los vecinos, la familia. Se suman otras comunidades y nuestra causa ya no es sólo nuestra, es de varios. Y renace la esperanza de la mano de la comunidad. 

A 15 años del 27/F sigo agradecido de quienes me acogieron comunitariamente en esos momentos, y también de aquellos a quienes vi, desinteresadamente, jugados por el prójimo. Finalizo estas líneas recordando que, luego de varios días de no ocupar por miedo mi departamento, al volver una noche, una vecina que no sabía su nombre ni ella el mío, me toca la puerta para entregarme una canasta familiar de ayuda que me correspondía en el bloque. Al entregármela me dice “si le falta algo, me avisa”. Le agradecí, cerré la puerta y mi sensación, que aun recuerdo, fue de emoción: no se habían olvidado del vecino que salía temprano, apurado y muchas veces sin saludar. 

En la comunidad está la felicidad.

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